Había una vez un niño llamado Marí. Marí era un chico bajito, con gafas, al que le gustaba vestir de muchos colores. Marí siempre andaba riendo, contento regocijado en su felicidad, para unos inaguantable, para muchos incomprensible. Algunos decían que Marí era infantil, razón no les faltaba, otros dudaban de la pureza de su sentimiento, pero lo que pocos sabían es que lo que para ellos era fragilidad, para Marí era su fuerza, su escudo, su caparazón.
Un día Marí salió a pasear sin más intención, como siempre, que disfrutar del entorno, observar el mundo que transcurría a su alrededor, y congratularse por su coexistencia, algo absurdo para el resto del mundo, pero que Marí requería como aire para respirar. Sobre las tres de la tarde, de ese mismo día, Marí llegó a su rincón favorito, de hecho a penas conocía el lugar, no más que por alguna esporádica estancia, pero sabía que ese sitio le hacía sentir especial. Esa tarde Marí decidió descubrir porqué aquél lugar le agradaba, dispuesto a mezclarse con el entorno, con la vida que allí se desarrollaba, se sentó en un columpio y empezó a balancearse.
Marí, como hipnotizado por el vaivén, comenzó a sentir sueño, pero no un sueño cualquiera, aquél sueño le atraía, de repente sintió estar a oscuras en medio de la nada, desorientado, perdido, asustado, sin saber reaccionar. Marí, abrumado, intentó tranquilizarse se relajó, respiró hondo varias veces y cuando por fin consiguió serenarse, como por arte de magia, una extraña voz empezó a sonar.
La voz sonaba áspera, enfadada, el mensaje no era claro, pero eso no era lo que desconcertaba a Marí, lo que le hacía dudar era el tono gruñón e incómodo de la voz. Poco a poco Marí empezó a distinguir una extraña luz, diminuta, que se le iba acercando lentamente. Ahora la voz parecía coordinarse con la pequeña luz, estaba claro aquellos gruñidos, aquellas quejas y refunfuños provenían de la luz diminuta.
A Marí le deslumbraba el resplandor de la luz, pero no podía dejar de mirar, su curiosidad era mayor que cualquier temor. La extraña luz estaba cada vez más cerca empequeñeciéndose, y Marí al tiempo que se sentía desorientado, sin conseguir identificar aquello que sus ojos veían, sentía la necesidad de comunicarse con la luz. Por sorpresa la extraña luz se detuvo, a pocos centímetros de Marí que, ahora sí, por fin vislumbraba una imagen nítida.
Aquello que al principio había parecido una luz, tomaba forma. Parecía un insecto, alado, muy delgado, su aspecto salía de lo común o, al menos, de lo común para Marí. Aquella extraña figura tenía un aura fría como hecha de metal, austera, desconcertante e incluso temerosa más por inusual, que por amenazante, pero Marí se sentía tan atemorizado por la imagen que ahora de cerca percibía, como intrigado por la extraña luz que escasos segundos antes éste mismo cuerpo desprendía.
Marí haciendo acopio de todas sus fuerzas y, porque no, de su devoradora curiosidad, decidió intentar comunicarse con la extraña figura halada.
“Hola!” –dijo Marí de manera desenfadada y alegre- la extraña figura le observaba detenidamente, pero sin hacer atisbo de contestar, después de un silencio cargado de nerviosismo para Marí… “Hola” –le contestó la extraña figura-.
Marí tenía la sensación que aquella especie de insecto, aquella fuente de luz cegadora, no estaba cómoda con el diálogo pero él, dejándose llevar por la impulsividad siguió hablando “yo me llamo Marí, y tu, quien eres?” –espetó Marí, relajado ahora que había roto la incertidumbre inicial-. Esta vez la extraña figura no contestó, pero Marí no desistió, y siguió preguntando… “eres un insecto, una libélula, un mosquito?” –dijo Marí-, la extraña figura continuaba mirándolo, cada vez más contrariada, pero sin mostrar intención de responder. Extrañada no comprendía cómo aquél ser al que acababa de conocer tan diferente, en apariencia, a ella, le hacía tantas preguntas, y lo que aún le extrañaba más, pese a sentirse interrogada, no percibía agresividad, incomodidad, ni tan solo indiferencia, como solía ocurrir, más bien era ingenuidad, inocencia y descaro, lo que aquél extraño ser desprendía.
Después de varios minutos de silencio, la extraña figura decidió contestar. “Algunos dicen q soy fría como el metal, otros que soy dura como el acero, y muchos que no soy más que despojos de hojalata; yo, personalmente, simplemente existo, soy simplemente yo!. Y tu, que piensas Marí” –dijo la extraña figura, clavando sus ojos en los de Marí.
A Marí le sorprendía, le asustaba, le desubicaba la directividad de la extraña figura, no comprendía como podía mostrarse tan distante e indiferente durante todo el diálogo y ahora, de repente, centraba toda su atención sobre él, clavando su mirada en la de Marí.
Pero Marí no se echó atrás, en el fondo le agradaba esa tenacidad, ese tono amenazador, y estaba dispuesto a demostrarle que, detrás de esa aspereza él había percibido una diminuta luz embelesadora, o por lo menos eso creía.
“Si te soy sincero, no tengo ni idea, pero tampoco me preocupa, seas lo que seas mis sensaciones ante tu presencia, aunque a veces me desconciertan, son agradables, se me hace interesante, divertido y ameno estar aquí charlando contigo” –dijo Marí, dejando de lado ese tono infantil, esa expresión desenfadada, que hasta ahora había utilizado, para expresarse con claridad, celeridad y sinceridad-.
La extraña figura quedó sorprendida ante la respuesta de Marí por un momento aquél ser infantil, jocoso, y poco serio, pareció esfumarse y dejó entrever una persona que, aún manteniendo las diferencias superficiales con ella, era capaz de expresarse de manera seria y coherente.
Marí sintió despertar como de una especie de sueño, aturdido, pero con un recuerdo fresco y completo de su encuentro con aquella extraña figura, aquella diminuta luz.
Ya eran las ocho y media de la tarde, Marí había permanecido en aquél columpio toda la tarde, y él siquiera se había dado cuenta, pero sentía haberse divertido tanto que no dudaba en volver a repetir la experiencia, la tarde siguiente.
Él piensa que ambos, poco tiene que ver, en muchos aspectos son totalmente opuestos, ella muy radical, él demasiado imparcial, y discuten, de hecho casi pasan más tiempo debatiendo intensamente, que charlando amistosamente, pero es precisamente este choque, esta confrontación de ideas y caracteres lo que hace tan especial la relación, Marí se siente atraído como un imán a éstos enfrentamientos, éstos intercambios de opiniones. En el fondo Marí no se siente tan diferente, él es un idealista cosa que unas veces le beneficia, otras le perjudica, pero en ocasiones se sabe, y se siente incapaz de plasmar estos ideales, ella también los tiene, y los vive, sin más preocupación, es esto lo que más fascina a Marí, lo que le atrae, lo que le engancha y le hace sentir ese respeto y admiración por la extraña figura.
Ella, aunque a regañadientes, también gusta de la provocación, la pelea, o la discusión que siempre le propone Marí. En ocasiones le resulta frustrante, él nunca se da por vencido, aunque muchas veces no tenga razón; en otras, aunque no lo quiera reconocer, Marí consigue cuestionar sus axiomas, y esto es lo que más molesta a la extraña figura.
No entiende la imparcialidad de Marí, no cabe en sus ideas; blanco o negro, conmigo o contra mi, sí o no…, a la extraña figura no le valen las medias tintas, es directa, decidida, firme hasta el extremo en sus ideas o convicciones y es por eso que tanto se irrita con Marí, con su vaivén, con su indeterminación; gris…, contiggo y en tu contra, ni sí, ni no… pero aunque no lo demuestre, en ocasiones se deja embaucar por ésta parcialidad, pues suelen encontrarse a medio camino en sus discusiones, teniendo una idea común, ambos con diferentes caminos, diferentes opiniones, y sobre todo diferentes maneras de expresarlas, pero al fin y al cabo la misma concepción, e incluso a veces, aunque se da menos, , es esta parcialidad la que alumbra nuevos conceptos o ideas, válidos para ella, a disgusto, pero válidos al fin.
Ambos se respetan, pueden diferir mucho en sus opiniones, pero disfrutan y se nutren de las discrepancias. También saben reír son muy cómicos, a Marí le fascina cómo la extraña figura siempre fría, siempre distante, es capaz de transformarse como escondida debajo de una careta, y se torna en un personaje gracioso, divertido, lleno de desparpajo, espontaneidad y frescura, que hace las delicias de Marí, él que es un chico de risa suelta no puede evitar las carcajadas cuando la extraña figura se transforma.
Desde entonces Marí acude cada tarde sobre las tres de la tarde a su cita con la extraña figura, llega al mismo lugar, su rincón favorito, se sienta en el columpio y disfruta de tensas y divertidas conversaciones con su nueva y desconocida compañera: aquella extraña figura, aquella diminuta luz, aquel insecto alado, aquella pieza de hojalata… su amiga, EL HADA DE METAL.